Las luchas políticas son luchas por alcanzar el poder y conservarlo, para realizar con él el orden social que se considera adecuado. Empero, todas las acciones humanas deben estar regidas por la ética, y con mayor razón la de conducir los destinos de los pueblos. Resulta indispensable reivindicar el carácter misional de la política y reconciliarla con la ética.
La ética es un conjunto de valores comunitarios, aceptados como buenos por un grupo dado en un tiempo determinado. La moral es un valor personal. Se ocupa de la administración que cada cual hace de su propia vida. A diferencia de la ética, que es un principio general que pretende regir la comunidad, la moral es algo íntimo: es la concepción individual del bien y el mal.
Cada persona desea tener su propia forma de vida; pero como la vida en comunidad le es ineludible (puesto que el individuo aislado es una abstracción que no se da en la realidad), la política tiene que conciliar estas dos tendencias, es decir, tiene que dar forma a una organización social que las armonice.
Cada hombre debe encontrar en su propia conciencia los consejos para vivir dignamente consigo mismo y solidariamente con los demás. La ética y la moral deben ser objeto de un proceso permanente e ininterrumpido de perfeccionamiento, como todas las ideas que se generan en el cerebro humano.
La relación entre la ética y la moral es evidente. No obstante, la ética, lo mismo que la moral, son valores históricamente relativos. Están supeditados a los estados de conciencia que tienen los grupos sociales en un lugar determinado y en un momento dado.
La historia nos enseña cómo ellos se modificaron en el curso del tiempo y a lo largo del espacio. La noción de lo bueno, de lo justo, de lo debido ha cambiado en el tiempo. Incluso en una misma sociedad caben diversas concepciones éticas, que corresponden al modo de ver la vida de los diferentes estratos sociales.
La política es un acervo de conocimientos tocantes a la realidad colectiva y a la aplicación de ellos a situaciones concretas. La política es fundamentalmente poder. Ni la síntesis ni la conciliación sociales pueden lograrse sin poder.
Pero no es poder que actúa en el vacío, sino en el seno de una sociedad dada y, por lo tanto, en el marco de un territorio determinado. Es un poder que se ejerce sobre los hombres y dentro de un espacio físico. Es un poder que nace dentro de la sociedad y que actúa al servicio de sus tendencias.
La política debe ser el arte de lo posible, pero también el arte de hacer posible lo deseable. Lamentablemente en Nicaragua le falta una dimensión ética. Hay una crisis de valores, ausencia de principios y falta de autenticidad en las posiciones.
Las ideologías políticas, las teorías económicas y, por supuesto, las acciones que en nombre de ellas se realizan, poseen siempre una ética, puesto que inevitablemente sus propuestas tienen destinatarios. Favorecen o perjudican a alguien en concreto. Por eso todas las ideologías políticas llevan implícita una justificación deontológica de sus planteamientos.
Las ideologías, al definir la organización social, señalar el papel del Estado, establecer las relaciones de producción y de propiedad, fijar los límites de la autoridad pública y los linderos de la libertad personal, no puede dejar de tener una ética. ¿Para quién se gobierna y a favor de quién se hacen las propuestas económicas? Es donde radica la ética de las ideologías políticas.
Gustavo-Adolfo Vargas- el nuevo diario
Marc Salicrú
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